En una ocasión leí algo que me hizo pensar: “no vas a vivir quinientos años”. Aunque ya sabía que no me haría tan viejo, me vino bien que aquella lectura me lo recordara. La vida, junto con el tiempo en el que ésta se desarrolla, son el mejor regalo que Dios nos hace. Pero a veces desperdiciamos ese tiempo como si nunca fuera a acabarse y sucumbimos a la tentación de dejar las cosas importantes para un futuro que nunca llega.
Estamos comenzando un nuevo curso y haremos bien en plantearnos cómo aprovechar los meses que tenemos por delante. Desechemos los sentimientos negativos que pueden asaltarnos en estas ocasiones: “no sé hacer nada bien”, “soy un desastre”, “así soy y así seguiré siendo”, “soy demasiado mayor”. Confiemos un poco más en nosotros mismos y en las posibilidades de crecer que Dios nos ofrece, si nos decidimos a dejarnos ayudar y a poner algo de nuestra parte.
Hay instrumentos sencillos que ayudan a convertir los buenos propósitos en realidades palpables. A mucha gente le ayuda pensar y escribir unos objetivos concretos, con unos medios para alcanzarlos. Por ejemplo: quiero crecer en mi relación con Dios, así que cada día, por la mañana, leeré el Evangelio del día y rezaré unos minutos a propósito de lo que me dice; quiero aumentar mi actitud de compartir, así que voy a ordenar al banco que ingrese periódicamente veinte euros de mi cuenta a una organización social; he de dedicar más tiempo a mi familia, así que voy a reservar los domingos para los míos… La lista puede alargarse a otros ámbitos de la vida.
Hay que procurar que esos objetivos mantengan cierto equilibrio entre el realismo y la esperanza. No es bueno ser demasiado soñadores, proponiéndonos metas inalcanzables, ni demasiado apocados, negándonos de antemano la posibilidad de avanzar. Y no basta con escribir los buenos propósitos; es menester llevarlos a cabo. La experiencia nos dice que resulta eficaz leerlos y revisarlos periódicamente y, si es posible, contrastarlos con una persona o un grupo de confianza.
Esta práctica hará que seamos señores de nuestro tiempo y no esclavos de las urgencias o de las modas del momento. Y nos ayudará a seguir a Jesús más de cerca en las diversas dimensiones de nuestra vida: afectividad, relación con los demás, trabajo, economía, amistad con Dios, formación, compromiso eclesial, implicación social, salud, etc.; ya que ninguno de estos espacios queda al margen del seguimiento de Jesucristo. Él tiene un proyecto para cada uno, con el que busca nuestra felicidad, nuestra santidad y la construcción de su Reino. Por eso, es bueno formular nuestros objetivos y medios en clima de oración, pidiendo al Espíritu que nos guíe en el discernimiento.
Os deseo de corazón que, con la ayuda de Dios, os cunda este curso recién estrenado. Recibid un saludo muy cordial, en el Señor.