En Carta desde la fe

 

La pandemia nos obligó a meternos en casa con pantuflas, esperando que pasara el temporal. Aunque el Covid-19 parece superado, han podido quedar efectos secundarios no deseados, particularmente para los cristianos: conformarnos con los encuentros virtuales, vivir la fe en privado, ver la Eucaristía por la televisión… La fiesta del Domund y la generosidad de tantos misioneros y misioneras nos animan a dejar las pantuflas, a calzar las sandalias y salir a la calle, para ser transparencia del amor de Dios. Para cumplir esta difícil y apasionante tarea, os recuerdo cinco actitudes profundamente interconectadas entre sí.


Primera: escucha. No podremos evangelizar a las familias, si no conocemos sus problemas, sus anhelos, sus dificultades y sus alegrías. Será difícil transmitir la fe a los jóvenes, si no sabemos qué canciones oyen y con qué series se entretienen, si ignoramos los conflictos que les atormentan y las esperanzas con las que sueñan. Todos necesitamos ser escuchados para sentirnos valorados y amados, para estar abiertos a un mensaje nuevo. 

Segunda: oración. Al rezar por las personas a las que el Señor nos envía, podremos verlas con el mismo amor de Dios y descubrir su obra en sus corazones. En la lectura orante de la Biblia, el Espíritu Santo nos ilumina y fortalece para ofrecer las palabras y los gestos adecuados, para compartir lo que somos y darnos por completo, como Jesús y con Jesús.

Tercera: valentía. Si a Jesús lo persiguieron, no podemos esperar muchos aplausos al continuar su tarea. Cosechan pocos reconocimientos quienes defienden a los pequeños, denuncian las injusticias y proclaman la verdad, que casi siempre resulta incómoda. Por eso, si nos implicamos en la misión a la que Dios nos llama, necesitaremos un suplemento de esa fortaleza, que viene de la gracia de Dios y del apoyo de la comunidad.

Cuarta: humildad. Quien se cree más sabio y santo que los demás piensa que nada tiene que aprender e, inevitablemente, produce rechazo. Pero cuando uno es consciente de haber sido llamado por amor y no por sus méritos, se produce el milagro del encuentro, que lleva a compartir los dones espirituales y materiales que Dios nos ha dado.

Quinta: alegría. El Papa Francisco nos recuerda que el amor y el perdón de Dios pueden quitarnos la cara de funeral y devolvernos la alegría. Así, el mundo actual podrá “recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (EG 10).

Es la hora de la misión, aquí en Teruel y en cada rincón del mundo, donde trabajan nuestros misioneros y misioneras. Dios confía y cuenta con cada uno de nosotros. Calcémonos las sandalias para llevar su palabra y su amor a todos los ambientes.

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