In Carta desde la fe

 

n la ordenación de los presbíteros, el obispo entrega al nuevo sacerdote la patena con el pan y el cáliz con el vino, diciendo: «Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras». Esta invitación a valorar la grandeza de la Eucaristía y a hacerla realidad en la vida se extiende a todos los bautizados; ya que, por el bautismo, el pueblo de Dios se transforma en un “pueblo sacerdotal”, formado por hombres y mujeres que participamos en la alabanza y en el sacrificio de la propia existencia de Jesucristo al Padre.

Considera y valora. La Eucaristía no es un rito en el que recordamos algo que ocurrió hace siglos; es una acción con la que la Cena del Señor se hace actual ahora y aquí, es el memorial de su muerte y resurrección. «En la Eucaristía y en todos los Sacramentos ?recordaba recientemente el papa Francisco? se nos garantiza la posibilidad de encontrarnos con el Señor Jesús y de ser alcanzados por el poder de su Pascua… El Señor Jesús, que inmolado ya no vuelve a morir, y sacrificado, vive para siempre, continúa perdonándonos, curándonos y salvándonos con el poder de los Sacramentos» (DD 11). En la Eucaristía es Cristo quien reúne y une a su pueblo, lo guía con su palabra y lo alimenta con su amor hasta el extremo, para que cumpla su misión en el mundo, mientras se encamina a la patria celestial.

Imita y vive. El papa Benedicto XVI nos recordó que «La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús» (DCE 13). De este modo, el Espíritu Santo nos impulsa a ser, como Jesús y con Jesús, pan partido y vida entregada para los hermanos, especialmente para los que sufren. En efecto, la Eucaristía, cuando la celebramos bien dispuestos, provoca la transformación íntima y total de nuestra persona, ya que nos proporciona la “forma” de Cristo, siguiendo el sentir de san León Magno: «Nuestra participación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo no tiende a otra cosa sino a convertirnos en lo que comemos». Asimismo, «la unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega» (DCE 14). Por eso, la Eucaristía es la fuente de la comunión en la Iglesia y el fundamento de la sinodalidad, que estamos procurando desarrollar. Celebrar la Eucaristía nos impulsa a vivir nuestra existencia en actitud de alabanza y acción de gracias, a pesar de las circunstancias adversas.

Para vivir más plenamente la riqueza de la Eucaristía, apenas apuntada en esta carta, deberíamos profundizar en una auténtica formación litúrgica, mejorar la organización de las celebraciones eucarísticas en la diócesis y, sobre todo, cuidarlas con esmero, de tal manera que sean realmente fuente y culmen de la actividad misionera, catequética y caritativa de nuestras comunidades.

Recibid un saludo muy cordial, en el Señor.

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