En Carta desde la fe

 

A fuerza de ensalzar la juventud, la belleza y la fuerza, corremos el riesgo de hacer invisibles y relegar a las personas con discapacidad. A pesar de que están lejos los tiempos en los que se las escondía en sus casas o en determinadas instituciones, sin permitirles participar en la vida social, todavía hay camino por andar, tanto en la sociedad como en la comunidad cristiana. El papa Francisco nos ha recordado que en la vida de la Iglesia, «la peor discriminación es la falta de atención espiritual, que a veces se ha manifestado en la negación del acceso a los sacramentos».

Ante el Día internacional de las personas con discapacidad, que celebramos este sábado 3 de diciembre, me siento llamado a animar a todas las comunidades de nuestra Diócesis a vivir con más intensidad lo que somos: una Iglesia sinodal, inclusiva y accesible. Esto nos obliga a esforzarnos para aceptar a cada persona como es, reconociendo su manera de ser y eliminando las barreras que le impidan acceder y participar en las diversas actividades parroquiales y diocesanas. Todo hombre y mujer, sea cual sea su discapacidad, tiene derecho a enriquecerse con la vida de la Iglesia y, a su vez, puede enriquecer a la comunidad desde sus circunstancias, que les permiten ver el mundo y vivir la fe con una perspectiva distinta, que nos enriquece a todos.

Esto no son solo bellas palabras. Hace treinta años conocí a una persona con una enfermedad degenerativa grave, que gracias a Dios, los médicos han podido ir controlando hasta hoy. En poco tiempo, se quedó casi ciego y con una movilidad muy reducida. Al principio el sufrimiento fue terrible, en su cuerpo y en su alma; pero poco a poco, con la cercanía de la familia y el apoyo de la fe, descubrió que tenía mucho que aprender y mucho que aportar, especialmente a quienes sufrían enfermedades semejantes a la suya.

Conoció y participó en la FRATER (Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad), un movimiento cristiano presente en nuestra Diócesis. Fue fundada en 1942, por un sacerdote enfermo, Henry François, en la ciudad francesa de Verdun. Desde su experiencia de enfermedad y su trabajo como capellán de hospital, se dio cuenta de lo importante que era reunir a personas con enfermedad y discapacidad, para que, fundamentando su vida en la amistad y la fraternidad evangélica, se animaran mutuamente a desarrollar sus potencialidades sociales y eclesiales. Por ello, animo a todas las personas interesadas a conocer la FRATER. Les podrá ayudar a crecer en espiritualidad, solidaridad y espíritu misionero.

También os animo a todos, hermanos y hermanas, especialmente a los pastores, a acoger y dar protagonismo a los enfermos y personas con discapacidad. No hay vida que no sea valiosa, aunque experimente limitaciones más o menos severas.

Recibid un saludo muy cordial, en el Señor.

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