¿Quién no se ha sentido incómodo cuando aparecen, en los medios de comunicación, noticias que reflejan las injusticias y desigualdades que azotan la vida de tantas personas y pueblos? Es posible que, en alguna ocasión, hayamos querido evitar estas informaciones, porque nos hacen sufrir y nos dicen que algo tendría que cambiar en nuestra vida. Las mujeres de Manos Unidas no se rinden ante esta situación y, año tras año, nos urgen a superar la indiferencia y a hacernos cargo de las injustas desigualdades que existen lejos y cerca de nosotros.
Estas desigualdades tienen su origen en el egoísmo que anida solapado en el corazón de cada uno y en lo que san Juan Pablo II llamó “estructuras de pecado”. Las estructuras de pecado «están unidas siempre a actos concretos de las personas, que las introducen, y hacen difícil su eliminación. Y así estas mismas estructuras se refuerzan, se difunden y son fuente de otros pecados, condicionando la conducta de los hombres» (SRS 36).
Las “estructuras de pecado” son alentadas por personas y organizaciones que se benefician del sistema económico, político y social dominante. Así, promueven una visión de la vida centrada en el propio individuo y en sus intereses materiales, llegan a responsabilizar a los pobres de su propia pobreza, anestesian nuestra conciencia para que la injusticia no nos duela, y desautorizan los discursos religiosos y morales que promueven la dignidad de las personas frente a los intereses económicos.
El Magisterio de la Iglesia siempre ha advertido del peligro de estas ideologías materialistas. San Juan Pablo II nos previno ante los sistemas económicos que pretenden «reducir totalmente al hombre a la esfera de lo económico y a la satisfacción de las necesidades materiales» (CA 19). Benedicto XVI advirtió del «predominio de una mentalidad egoísta e individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero no regulado» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 2013). Y el papa Francisco ha asegurado que ciertos modelos económicos matan, ya que «grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida» (EG 53).
Ante esta dolorosa realidad, evitemos caer en la desesperanza de pensar que nuestros humildes trabajos en favor del desarrollo de los pueblos aportan poco o nada al cambio deseado. No perdamos la fe en la eficacia de los pequeños gestos de solidaridad, que el Señor no deja de bendecir. Acojamos en el corazón la llamada que nos dirige Manos Unidas: “Frenar la desigualdad está en tus manos”. Ojalá que la Campaña contra el Hambre de este año nos ayude a mirar con más compasión a quienes sufren las injusticias de nuestro mundo, y a defender su dignidad; apoyando decididamente, junto con Manos Unidas y tantas personas de buena voluntad, proyectos que favorezcan la igualdad y la justicia.
Recibid un saludo muy cordial en el Señor.