In Carta desde la fe

 

Quizá te parezca excesivo decir que Dios nos añora. Sin embargo, la Biblia está llena de párrafos en los que aflora la añoranza que Dios tiene de nosotros. Los profetas, hablando al pueblo de Israel, en el que todos estamos incluidos, dicen: «Cuando Israel era joven lo amé y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí… Pero era yo quien había criado a Efraín, tomándolo en mis brazos; y no reconocieron que yo los cuidaba» (Os 11, 1-3); «os llamé y no me respondisteis» (Jr 7,13), «¡no volvisteis a mí!» (Am 4,11).

Jesús de Nazaret describió la añoranza que Dios tiene de nosotros con la parábola del padre bueno que tenía dos hijos, a los que repartió la herencia, aun antes de morir. El pequeño se marchó a otro país y el padre añoraba su presencia; tanto que a menudo subía a lo más alto de la casa, para ver si su hijo volvía. El mayor se quedó, pero su corazón estaba lejos, y el padre añoraba su amor de hijo y de hermano; tanto que se puso a sus pies, para rogarle que compartiese su alegría, en la fiesta organizada por la vuelta del pequeño.

Benedicto XVI explicó la añoranza de Dios con estas preciosas palabras: «el Todopoderoso espera el “sí” de sus criaturas como un joven esposo el de su esposa» (Mensaje para la Cuaresma, 2007).

Dios nos añora a todos. Dios te añora a ti, aunque a veces dudes, te alejes de Él o te cueste rezar. A Dios le agradan tus buenas obras, pero añora tu cercanía y tu amor. Te añora a ti, como si fueras la única persona que Él creo, porque solo en su amor encontrarás el descanso, la alegría y la libertad –sí, también libertad– que dejan pequeños nuestros más grandes deseos.

Dios te añora e inventa mil estrategias para que puedas disfrutar con Él y Él contigo. Así lo reconoció San Agustín cuando, después de ir dando tumbos por la vida, escribió: «¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti».

El miércoles próximo comenzaremos la Cuaresma, tiempo oportuno para darnos cuenta de que también nosotros añoramos a Dios, a veces sin saberlo. Recibid un saludo muy cordial en el Señor.

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