En Carta desde la fe

 

El próximo día 19 va a ser un domingo especialmente gozoso, porque, junto a la alegría propia del cuarto domingo de Cuaresma, nuestra Iglesia diocesana de Teruel y Albarracín escuchará el “sí” de Alfonso Torcal Nueno, llamado por el Señor para el servicio diaconal. “Diácono” es una palabra de origen griego, que significa “servidor”.

Jesús es el Servidor con mayúscula, el Siervo de Dios anunciado por el profeta Isaías. Su vida y su palabra nos invitan a servir como Él y con Él: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10, 42-45).

Estas palabras quedaron escenificadas durante la Última Cena, cuando Jesús se quitó el manto, se ciñó una toalla y lavó los pies a sus discípulos. Ellos no daban crédito a lo que veían, pues lavar los pies era tarea de esclavos. Pedro no se lo quería permitir, pues no le entraba en la cabeza que el mayor se hiciera servidor. Tras el lavatorio, Jesús aclaró el sentido de aquel gesto que resumía su vida: «Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’ y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 13-14).

En efecto, la actitud de servicio debe caracterizar la vida de todos los discípulos de Jesús, a ejemplo suyo, y debe marcar de un modo particular la vida de quienes tenemos encomendada una misión en la Iglesia. De hecho, uno de los títulos más apreciados por el Obispo de Roma es ser “Siervo de los siervos de Dios”.

El papa Francisco nos ha recordado que abandonar este camino tiene sus consecuencias: «Jesús es el servidor de Israel. El pueblo de Dios es siervo, y cuando el pueblo de Dios se aleja de esta actitud de servicio es un pueblo apóstata: se aleja de la vocación que Dios le ha dado. Y cuando cada uno de nosotros se aleja de esta vocación de servicio, se aleja del amor de Dios y construye su vida sobre otros amores, muchas veces idólatras» (Homilía del 7 de abril de 2020).

El servicio no es el precio con el que compramos la vida eterna; es un camino de alegría y vida plena ya en esta tierra. Contemplando a María, que fue a servir con gozo a su prima Isabel, y a tantas personas que han descubierto la alegría de servir, animados por el “sí” de Alfonso, hemos de preguntarnos de qué manera, tanto nosotros como nuestras comunidades, podríamos ser más diaconales, mejores servidores.

Recibid un saludo muy cordial, en el Señor.

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