Cuenta la leyenda que San Jorge, patrón de nuestra tierra, venció a un terrible dragón, que había devorado a mucha gente en una ciudad. ¿Hay ahora algún dragón que campe por sus respetos, cobrándose la vida de muchas personas sin que nadie se atreva a hacerle frente? Tiempo atrás planteé esta pregunta, a través de las redes sociales, y recibí muchas respuestas: ahora el dragón es la indiferencia, la desmotivación, el machismo, el miedo, la inseguridad, la soledad, el ansia de poder, la corrupción, la mentira, la violencia…
Después de leer estas aportaciones, se afianzó en mí la convicción de que uno de los dragones más temibles de nuestra sociedad es el vacío existencial: no encontrar sentido a la vida. El fundador de la logoterapia, el psicólogo Viktor Frankl, escribió ya hace cincuenta años: «El problema de nuestro tiempo es que la gente se encuentra atrapada en una penetrante sensación de falta de sentido… Puede que la gente tenga lo suficiente para vivir, pero no tiene suficientemente claro para qué vivir». Personalmente, tengo la impresión de que este problema va en aumento.
Puede que a algunos les parezca un dragón inofensivo, pero los datos que se publican cada día ponen de manifiesto su fuerza destructiva. Ahí está, por ejemplo, el aumento del número de suicidios: en el año 2021, España superó por primera vez la barrera de los cuatro mil. Otro indicador significativo es la salud mental de los niños y jóvenes: según Unicef, más del 20% de la población entre los 10 y los 19 años sufre algún problema de salud mental diagnosticado. Y a pesar de estos datos, no parece que el sinsentido existencial figure entre los asuntos prioritarios en la agenda de los gobernantes o en los temarios de las universidades.
¿Qué podemos hacer? Apunto tres pistas, que animo a completar y concretar por parte de nuestras familias, grupos y comunidades:
- Fomentar la dimensión espiritual de la persona. Por encima del credo y de la ideología de cada cual, es preciso cultivar esa dimensión interior o espiritual, que es la fuente de la que brota en nosotros el sentido y la alegría de vivir.
- Favorecer el encuentro y la solidaridad. El individualismo y la indiferencia hacia los demás favorecen las injusticias y empobrecen la vida, mientras que el encuentro y la solidaridad activan nuestra capacidad para hacer el bien y nos llevan a ser más felices.
- Potenciar una moral sana frente a la aireada convicción de que “todo está bien mientras no hagas mal a nadie”, porque este principio moral, que no tiene en cuenta la verdad del ser humano, nos arrastra hacia un plano inclinado de frustraciones que resulta difícil de remontar.
El dragón del sinsentido, como el de San Jorge, es peligroso, pero no imbatible. ¡Unamos fuerzas para vencerlo!