En Carta desde la fe

 

Algunas personas no tienen otro criterio para elegir trabajo que las cifras de la nómina y, aunque un salario digno es necesario para vivir, este camino antes o después provoca insatisfacción. Otras se dejan llevar por el “me apetece / no me apetece”, o cumplen sus obligaciones con desgana de lunes a viernes para poder “disfrutar” el fin de semana. También encontramos a no pocos hombres y mujeres, jóvenes y adultos, incapaces de salir del pozo del aburrimiento.

Frente a tanta insatisfacción, desgana y aburrimiento, los cristianos queremos compartir una experiencia que da sentido y alegría a nuestra vida: Dios nos valora, cuenta con nosotros y nos llama. En efecto, tú eres importante para Dios. A través del profeta Isaías te declara su amor: «Así dice el Señor, el que te creó, el que te formó: No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre… Tú vales mucho para mí, eres valioso y yo te amo» (cf. Is 43).

Dios cuenta contigo y te llama, no por tu perfección o tu santidad; te llama porque te ama. Dios llamó a Pedro, con su ardor y su prepotencia; a Pablo, con su fanatismo y su inteligencia; a Tomás, con su sinceridad y su falta de fe; a Zaqueo, con sus prácticas corruptas y su deseo de cambiar; a María Magdalena, con sus demonios y su amor fiel. Dios te llama a ti ahora, con tus capacidades y tus limitaciones.

La vida es gris cuando el principal objetivo de la jornada es sobrevivir y, si es posible, pasarlo bien. En cambio, la vida se llena de colores cuando sabemos que Dios nos valora y nos llama, cuando empezamos cada mañana recordando la misión que Él nos confía en favor de personas concretas a las que nos envía: en la familia y entre las amistades, en el barrio o en el pueblo, en el puesto de trabajo y en la comunidad.

Dios cuenta con nosotros y nos llama, pero no siempre sabemos escucharle. A veces esperamos ver una aparición y oír una voz que truene desde el cielo, sin embargo la llamada de Dios resuena en el alma cuando afinamos el oído en la oración y abrimos los ojos al sufrimiento y a las esperanzas de las personas.

Ojalá todos los bautizados y bautizadas –sacerdotes, religiosos y laicos– vivamos en una actitud permanente de escucha atenta y de respuesta generosa a las llamadas de Dios, promoviendo así una nueva cultura vocacional que contagie a los jóvenes y niños el gozo de buscar y cumplir la voluntad de Dios, en la vida religiosa, sacerdotal, laical, matrimonial, misionera…

Ponte en camino, no esperes más, Dios te llama hoy, para darte una alegría que nadie podrá arrebatarte, una alegría que crecerá en la medida que la compartas. Recibe un saludo muy cordial en el Señor.

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