En Carta desde la fe

 

Queridos hermanos y hermanas,

Las guerras destruyen la vida de muchas personas inocentes y provocan un sinfín de daños psicológicos, sociales, medioambientales, económicos… Un ejemplo palpable es la guerra en Ucrania, aunque desgraciadamente son tantos los países en guerra que el papa Francisco ha llegado a decir que estamos en una “tercera guerra mundial a pedazos”.

En España no sufrimos conflictos bélicos, pero padecemos una polarización, que amenaza la cultura de reconciliación a la que habíamos llegado con no poco esfuerzo y generosidad. Frecuentemente sucumbimos a la tentación de etiquetar a las personas en bandos antagónicos, perdiendo la capacidad para reconocer las limitaciones de “los míos” y los aciertos de “los otros”. Con estas actitudes resulta prácticamente imposible alcanzar el consenso que reclaman los temas más decisivos y sensibles para la vida social y la convivencia pacífica de los pueblos.

Estas tensiones podrían agravarse con la campaña electoral previa a los comicios autonómicos y municipales del 28 de mayo. Por ello, hemos creído oportuno advertir de este riesgo y animar a la ciudadanía a favorecer el respeto mutuo y a cuidar la convivencia. No sirve de mucho lamentarse de las guerras entre países, si en el ámbito doméstico no somos capaces de trabajar por la paz, con la mirada puesta en el bien común.

En esta línea, el 9 de marzo de 2023 recibimos una buena noticia: a propuesta del Seminario de Investigación para la Paz de Zaragoza, las Cortes de Aragón aprobaron la Ley de Cultura de Paz, que pretende promover compromisos concretos en el ámbito de la educación, la investigación, los medios de comunicación, las entidades locales, la cooperación internacional y la protección social de las víctimas de violencia.

Se habla de “cultura de paz” porque la paz no se logra sólo con un acto aislado de alto el fuego o de reconciliación, sino que requiere, para que sea estable y duradera, un modo de vivir, de relacionarse, de afrontar los conflictos renunciando a las vías violentas, buscando la justicia y la verdad. Trabajar por la paz es el arte de tender puentes una y otra vez, en cada familia, en cada pueblo o ciudad, en cada nación, aunque las orillas estén lejos o el egoísmo humano haya levantado muros de incomprensión.

La ley es para todos los ciudadanos sin distinción de creencias, pero los cristianos tenemos, además, una motivación fundada en el evangelio de Jesús para comprometernos en favor de esta cultura. Él dijo: «Bienaventurados los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). La paz es un don de Dios, que hemos de pedir y ejercitar. «Paz a vosotros» fue el saludo del Resucitado y construir la paz es una de las tareas que nos encomendó. Trabajar por la paz supone colaborar con Jesucristo en su misión de reconciliarnos: con Dios, entre nosotros y con nuestra “casa común”, la hermana-madre tierra, que el Señor nos ha confiado.

Con nuestro reconocimiento y ánimo a todos los hombres y mujeres que, con la gracia de Dios, os empeñáis cada día en ser pacíficos y pacificadores, os saludamos muy cordialmente en el Señor.

+ D. Carlos Manuel Escribano Subías, Arzobispo de Zaragoza
+ D. Julián Ruiz Martorell, Obispo de Huesca y de Jaca
+ D. Ángel Javier Pérez Pueyo, Obispo de Barbastro-Monzón
+ D. José Antonio Satué Huerto, Obispo de Teruel y Albarracín
+ D. Vicente Rebollo Mozos, Obispo de Tarazona

 

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