Tres años y medio han pasado desde que los Obispos de las diócesis de Aragón escribieron una carta pastoral titulada “Nazaret era un pueblo pequeño”, que pretendía explicar cómo la Iglesia ha de continuar al servicio del mundo rural en las presentes circunstancias.
En vísperas de la fiesta de San Isidro labrador, que celebráis tantos hombres y mujeres de Aragón dedicados a cultivar la tierra que nos da el pan de cada día, una severa sequía nos preocupa y acongoja. En una sociedad acelerada como la actual, el mundo rural también está cambiando: han pasado los tiempos en los que era preciso escalonar los cerros y lomas para arrancar a la tierra unas pocas espigas. En la actualidad, nuestros agricultores tienen que vérselas con las exigencias burocráticas para acceder a las ayudas de la Política Agraria Común (PAC). Además, a la escasez de agua se añaden nuevos desafíos: la contaminación de acuíferos, el control de las emisiones de gases de efecto invernadero, la pérdida de biodiversidad, las macrogranjas, la implantación de energías renovables, los incendios…
Y, a pesar de los esfuerzos de las Administraciones, el mundo rural se siente marginado en muchos aspectos (sanidad, educación, servicios sociales, comunicaciones, acceso a internet…), porque sigue siendo “un pueblo pequeño”. Los agricultores se quejan de que quienes desconocen los problemas y aspiraciones de los pueblos sean los que toman las decisiones que afectan al mundo rural, y de que no pocas inversiones están inspiradas por intereses electorales más que por las necesidades de los pueblos, con la consiguiente pérdida de población, que cada día es más palpable.
Este panorama reclama un debate sincero, alejado de dudosos intereses económicos y de ideologías apartadas de la realidad, en el que se oiga la voz de los expertos (meteorólogos, geólogos, ingenieros, veterinarios, economistas, ecologistas…), pero también la de los agricultores y ganaderos. Es hora de tomar en consideración y apreciar el valor social y medioambiental que aportan los hombres y mujeres del campo.
En este debate, «es necesario acudir a las diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad… Ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la religiosa con su propio lenguaje» (Encíclica Laudato si’ 63). Si atendemos sólo a la economía y olvidamos los valores culturales de nuestros pueblos, no frenaremos problemas como la despoblación.
Termino esta carta con una palabra de reconocimiento a los hombres y especialmente a las mujeres del mundo rural. Además de ocuparos de vuestras casas y de diversas explotaciones familiares, muchas trabajáis por cuenta ajena y colaboráis generosamente en las parroquias y en un sinfín de iniciativas culturales, recreativas y sociales del pueblo. ¡Gracias de corazón!
A pesar de la sequía, que este año ha arruinado tantos cultivos, os deseo un feliz día de San Isidro.