En la Iglesia andamos preocupados por comunicar mejor. A menudo hablamos de actualizar el lenguaje, utilizar las nuevas tecnologías, etc. Y no es para menos. El Señor nos confió el anuncio del Evangelio a toda la creación (cf. Mc 16,15). Esta misión nos reclama el empeño de comunicar su mensaje del mejor modo posible, para que sea escuchado y pueda calar en el ánimo de los oyentes.
Por ello, queridos hermanos y hermanas de esta Iglesia que peregrina en Teruel y Albarracín, además de reconocer la importancia de aprender y utilizar técnicas de comunicación, me ha parecido conveniente subrayar tres pistas sencillas, conocidas pero algunas veces descuidadas, que nos ayuden a proclamar el Evangelio como el esperanzador anuncio que es.
- Comunicar con humildad. No se escucha a gusto a un comunicador que provoca en los oyentes sentimientos de inferioridad. Sin embargo, tal vez sin darnos cuenta, en ocasiones damos la sensación de estar situados por encima de nuestros interlocutores. Salomón, prototipo de persona justa, pidió a Dios sabiduría porque se consideraba «hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes» (Sb 9,5). Por tanto, antes de verter opiniones rotundas sobre los comportamientos humanos, recordemos que también nosotros somos pecadores y que sólo Dios conoce la verdad de lo que hay en el corazón.
- Comunicar con amor. Estamos llamados a anunciar y hacer presente el amor de Dios a la humanidad. «Tanto amó Dios al mundo ?dijo Jesús a Nicodemo? que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3, 16-17). En consecuencia, «la obra de la evangelización supone, en el evangelizador, un amor fraternal siempre creciente hacia aquellos a los que evangeliza… ¿De qué amor se trata? Mucho más que el de un pedagogo; es el amor de un padre; más aún, el de una madre» (EN 79). Es necesario cuidar especialmente esta actitud cuando debamos corregir o denunciar lo que no está bien. Aprendamos de Jesús en su conversación con la samaritana junto al pozo de Sicar, que logró que se sintiese amada y, al mismo tiempo, reconociese su camino errado.
- Comunicar desde la experiencia de fe vivida. Pablo VI dijo que se escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan y, si se escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio. (cf. EN 41). Nuestro mensaje calará cuando detrás de nuestras palabras haya un compromiso sincero por hacer lo que se dice.
Os animo, hermanas y hermanos, a favorecer una comunicación humilde, amable y auténtica. Recibid un cordial saludo en el Señor.