El apóstol Pedro, en su primera carta, nos exhorta a estar siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza, incluso en tiempos de persecución (cf. 1Pe 3,15). ¿De qué fuente brota esa esperanza que estamos llamados a vivir y a compartir?
La esperanza auténtica no se confunde con el optimismo ni depende del estado de ánimo o del nivel de bienestar económico. De hecho, los misioneros explican que encuentran más esperanza en la gente sencilla, con la que conviven en los países más empobrecidos, que en nuestra opulenta y avejentada Europa; porque la esperanza brota del interior, del corazón, de la relación íntima con Jesucristo muerto y resucitado.
Como escribió el papa Francisco en su primera exhortación apostólica, «Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte y está lleno de poder. Jesucristo verdaderamente vive… Su resurrección no es algo del pasado; conlleva una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por doquier vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable… Está claro que muchas veces parece que Dios no exista: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto. En un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, terca e invencible» (EG 275-276). En Jesucristo está el manantial del que brota la esperanza.
Con ocasión de la Jornada “pro orantibus”, por las mujeres y los hombres consagrados a la oración, la Comisión para la Vida Consagrada de la Conferencia Episcopal nos recuerda que «desde su vocación particular, los contemplativos encarnan y dan a conocer esa esperanza… La esperanza que brota de la fe en la realidad última de Dios se hace carne cotidiana en cada convento y monasterio, allí donde se cultivan la oración y la celebración que abren a la hermosura de la Trinidad».
La vida contemplativa está llamada a generar esperanza para el mundo, no porque posea su fuente en exclusividad, «sino porque la conoce y bebe de ella. Por eso puede y debe mostrar el camino al mundo… La vida contemplativa –dice la carmelita descalza Patricia Noya– está llamada a ser la memoria en el mundo de que hay agua para todos los sedientos, aceite para todas las lámparas, esperanza para todos».
Por ello, os invito a agradecer el testimonio de las Madres Agustinas de Rubielos de Mora, así como de las hermanas Clarisas, Capuchinas, Carmelitas, Concepcionistas y Dominicas que siguen rezando por nosotros, aunque no residan ahora en esta Diócesis de Teruel y Albarracín. Con sus vidas, siguen compartiendo su esperanza y recordándonos que sólo Dios basta. Que no les falte nuestra gratitud y nuestra oración.
Recibid un cordial saludo en el Señor.