Durante la Pascua se han multiplicado las romerías a las ermitas y santuarios que salpican la geografía diocesana. Las romerías son espacios de convivencia en torno a la Virgen María y a los Santos, que nos permiten sentirnos como eslabones de esa cadena viva, que es la tradición que nos han legado nuestros mayores y que reconocemos como parte de nuestra identidad cultural y religiosa.
Las romerías propias de este tiempo ya están dando paso a las fiestas de los diferentes pueblos y barrios. Bienvenidas las fiestas, cuando nos hacen más humanos, cuando nos arriman con alegría y gratitud al amigo de siempre y al que viene de lejos, cuando nos permiten descansar del esfuerzo diario y brindar por las cosas buenas y bellas de la vida. Bienvenidas estas celebraciones que nos acercan al Dios que prepara para sus hijas e hijos de todos los pueblos «un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados» (Is 25,6).
Los sacerdotes intentan multiplicarse para llegar a todas las romerías y fiestas patronales, pero a veces resulta imposible conseguirlo. Cuando a un párroco le piden que celebre tres Misas, normalmente a las doce del mediodía, en la misma jornada y en tres lugares distintos, nadie tiene que sorprenderse si dice que no puede.
Por ello, pido encarecidamente a las comisiones de fiestas y a los responsables de las diversas cofradías que, antes de fijar y publicar la fecha y hora de las misas de romerías y fiestas patronales, hablen con los respectivos párrocos, para encontrar la solución más adecuada en cada caso. Con buena voluntad siempre se pueden alcanzar acuerdos satisfactorios para todos. En cambio, si no hay diálogo, se corre el riesgo de que no se puedan llevar a cabo las celebraciones anunciadas, a causa de las numerosas obligaciones que recaen sobre los sacerdotes en determinadas fechas, con el consiguiente disgusto tanto para los feligreses como para los propios sacerdotes.
Es verdad que siempre se ha celebrado la Misa en una fecha y a una hora concreta, y que esto se ha convertido en tradición, pero no podemos ignorar que la situación ha cambiado. Somos menos sacerdotes para atender el mismo número de parroquias; por lo tanto, es indispensable echar mano del diálogo, la comprensión y la flexibilidad para poder prevenir y resolver conflictos desagradables.
Aprovecho esta carta para agradecer a los sacerdotes su disponibilidad y esfuerzo para acompañar a todas las parroquias –también a las más pequeñas– en sus múltiples celebraciones. Además, quisiera poner en valor el trabajo de quienes organizan estos festejos desde las parroquias, cofradías, comisiones y ayuntamientos, con gran generosidad y espíritu de servicio.
Queridos diocesanos y diocesanas, ¡feliz verano y felices fiestas! Recibid un saludo muy cordial, en el Señor.