Durante el verano algunas familias acogen niños que no pueden tener unas vacaciones normales en sus propios países. Una de estas familias recibió en su casa a un niño saharaui, y me contaron que, cuando aquel niño cogió algo de confianza, les preguntó si creían en Jesús, porque en el Sahara –afirmó con una mezcla de tristeza y enfado– “Jesús y Mahoma no son amigos”.
Seguramente, aquel niño expresaba los prejuicios de su familia o de su pueblo hacia los cristianos. En realidad, todos tenemos y difundimos algunos prejuicios hacia otros pueblos y religiones que no conocemos. La acogida y el diálogo de aquella familia con el niño saharaui facilitó un acercamiento y enriquecimiento mutuo, que derribó prejuicios y abrió posibilidades de colaboración. El fenómeno migratorio, a pesar de las injusticias y sufrimientos que comporta, nos permite conocer, apreciar e incluso compartir la amistad, las dificultades, las aspiraciones, la religiosidad y la cultura de las personas que llegan hasta nosotros.
Por ello, el papa Francisco, en su Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado de 2016, escribió: «Cuidar las buenas relaciones personales y la capacidad de superar prejuicios y miedos son ingredientes esenciales para cultivar la cultura del encuentro, donde se está dispuesto no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. La hospitalidad, de hecho, vive del dar y del recibir… Es importante mirar a los emigrantes no solamente en función de su condición de regularidad o de irregularidad, sino sobre todo como personas que, tuteladas en su dignidad, pueden contribuir al bienestar y al progreso de todos».
A veces, las religiones han sido utilizadas para separar unos pueblos de otros y justificar enfrentamientos, pero están llamadas a “re-ligar”, a trabajar por esa fraternidad querida por Dios, que «permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite» (Fratelli Tutti 1). Desde esta perspectiva, el Papa ha seguido insistiendo, en su Mensaje para la Jornada de 2023, que: «el camino sinodal que, como Iglesia, hemos emprendido, nos lleva a ver a las personas más vulnerables —y entre ellas a muchos migrantes y refugiados— como unos compañeros de viaje especiales, que hemos de amar y cuidar como hermanos y hermanas. Sólo caminando juntos podremos ir lejos y alcanzar la meta común de nuestro viaje».
Ensanchemos, pues, la tienda de nuestras parroquias para acoger a los hermanos y hermanas que, viniendo de lejos, comparten con nosotros la misma fe, y tendamos la mano a las personas y familias de otras religiones, que se han visto obligadas a migrar o refugiarse entre nosotros; favorezcamos el enriquecimiento mutuo y la colaboración en la construcción de un mundo más humano, abierto y solidario.
Recibid un saludo muy cordial en el Señor.