Hace algunos años la Conferencia Episcopal de Cuba me invitó a participar en el Encuentro Nacional de Diáconos Permanentes, en el que están presentes también sus esposas y los candidatos a este ministerio. Entonces no se realizó el encuentro, porque no fue posible conseguir combustible y los diáconos no pudieron desplazarse desde sus casas. Este año ha sido posible; he asistido y he escuchado testimonios dolorosos. Un diácono mayor comentó: “En Cuba siempre hemos acogido al que viene con un café, ahora no tenemos ni café, sólo podemos ofrecer un vaso de agua fresca, si no hay apagón”. Otra persona me dijo: “Rara es la familia que no tiene una parte de sus miembros fuera de Cuba; de mi familia, sólo quedamos el perro y yo”.
A pesar de las penurias, que a duras penas podemos imaginar los que vivimos en España, he tenido la gracia de tratar con personas de unas cualidades fuera de lo común: asumen su pobreza con dignidad, son responsables en sus compromisos, resuelven con ingenio problemas propios y ajenos, ofrecen un trato amable y educado, agradecen cualquier muestra de cariño, son virtuosos para la música y las artes en general, saben hacer fiesta con casi nada, tienen una gran devoción a la Virgen de la Caridad del Cobre. No todos son así, evidentemente, pero la impresión repetida ha sido la de encontrarme con un gran pueblo.
La convivencia con los diáconos permanentes y sus esposas ha sido muy enriquecedora y edificante. Yo sólo he podido recordarles un poco de teoría; en cambio, ellos y ellas me han compartido sus esfuerzos para acercarse a las familias más pobres y a los pueblos más chicos y alejados, para estar cerca de los hombres y mujeres encarcelados, enfermos, pobres, aguzando la creatividad para repartir lo poco que tienen, para anunciar a Cristo y su propuesta de vida nueva, y para celebrar su presencia viva en las diversas comunidades. Pude apreciar su gran compromiso con la Iglesia y con la sociedad, tanto en los diáconos como en sus esposas.
También visité la sede nacional de Cáritas Cuba, una casa humilde donde trabaja una docena de personas, comprometidas para paliar las consecuencias del huracán Ian, un año después de que devastara amplias zonas del país, y para coordinar y sostener económicamente las Cáritas locales. Estas Cáritas diocesanas y parroquiales tienen bastante voluntariado pero muy poco dinero, para hacer frente a muchas necesidades y desarrollar sus programas centrados en personas ancianas, discapacitadas y jóvenes.
Dios quiera que estos apuntes animen a nuestras comunidades a estrechar los lazos de amistad y favorecer la mutua colaboración con la Iglesia en Cuba y Latinoamérica, y también a acoger entre nosotros a quienes dolorosamente se ven empujados a dejar su gente y su tierra.
Recibid un saludo muy cordial en el Señor.