En Carta desde la fe

 

Para acoger y disfrutar del abrazo misericordioso de Dios Padre, hemos de poner palabras a nuestro arrepentimiento, como hizo el “hijo pródigo” de la parábola. Cuando recapacitó sobre su situación y decidió volver a casa, se dijo: «Iré a mi padre y le diré: “Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”». Y así empezó a hablarle, aunque el padre no le dejó terminar su discurso.

Necesitamos poner palabra a nuestro arrepentimiento, para que no se convierta en una rutina sin contenido ni capacidad de conversión. No tiene sentido decir de corrida, al comenzar la Eucaristía: “he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”, sin pensar qué es eso malo que hemos hecho. Por ello, el papa Francisco nos ha dicho: «Un poco de examen de conciencia, una pequeña introspección nos hará bien. De lo contrario, corremos el riesgo de vivir en tinieblas, porque ya nos hemos acostumbrado a la oscuridad, y ya no sabemos distinguir el bien del mal. Isaac de Nínive decía que, en la Iglesia, el que conoce sus pecados y los llora es más grande que el que resucita a un muerto. Todos debemos pedir a Dios la gracia de reconocernos pobres pecadores, necesitados de conversión».

Al poner palabras concretas a los pecados cometidos, no negamos el bien que hemos hecho ni tampoco hemos de agrandar artificialmente nuestros errores, sino que nos hacemos conscientes de que no hemos correspondido al amor y a los dones recibidos de Dios. Y al “decir” nuestros pecados, escuchamos que el Padre, mediante el sacerdote, nos dice: “yo tampoco te condeno”, como Jesús a la mujer adúltera. Los confesores hemos de poner palabra y gesto al perdón que Dios regala a sus hijos e hijas.

Queridos confesores, preguntémonos si acogemos con la misericordia del Padre a quienes se acercan a recibir el sacramento de la Reconciliación, sea cual sea su situación, haciéndonos cargo del sufrimiento que pueden estar cargando y de la dificultad que les supone presentarse ante otro ser humano y poner nombre a sus pecados. De nuevo es Francisco quien os invita a ser signo e instrumento del encuentro con Dios, cuando dice: «Hay que aprender de nuestros buenos confesores, de aquellos a los que la gente se les acerca, los que no la espantan y saben hablar hasta que el otro cuenta lo que le pasa, como Jesús con Nicodemo. Es importante comprender el lenguaje de los gestos; no preguntar cosas que son evidentes por los gestos. Si uno se acerca al confesionario es porque está arrepentido, ya hay arrepentimiento. Y si se acerca es porque tiene deseo de cambiar, o al menos deseo de deseo».

Seamos conscientes, hermanas y hermanos, de la importancia de poner palabra al perdón que pedimos y al perdón que recibimos. Recibid un saludo muy cordial en el Señor.

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