En Carta desde la fe

 

No hay duda de que Jesús murió crucificado. Así lo atestiguan los Evangelios y lo afirman historiadores de la época, como Flavio Josefo. Pero, la fe cristiana proclama que Jesús resucitó. Es más, el Catecismo enseña que “la Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo” (n. 638).

No obstante, en algunos momentos no nos resulta fácil creer en la resurrección. Es normal esta dificultad; ya que la muerte se nos impone con un realismo brutal y, además, no es posible demostrar la resurrección científicamente. Sin embargo, podemos afirmar que creer en ella es razonable. Quisiera señalar tres razones que sostienen este artículo de nuestra fe:

La primera razón la encontramos en la palabra de Jesús, quien anunció al mismo tiempo su pasión y su resurrección: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días” (Mc 8,31). Jesús no era un predicador chiflado, ni un soñador iluso. Se destacó por su realismo y su autenticidad, rubricadas por su muerte en la cruz. Él es digno de crédito. Además, experimentamos cada día la verdad y la sabiduría de sus enseñanzas, al comprobar que ponerlas en práctica nos ayuda a crecer en felicidad y en libertad.

La segunda razón es la autoridad de los primeros testigos que pudieron encontrarse con Jesús Resucitado, de los que hemos recibido la Buena Noticia. No fueron –como se ha sostenido– unos caraduras que no querían volver a trabajar y se inventaron la resurrección del Maestro, para seguir viviendo del cuento. Nada más alejado de la realidad. Si hubieran querido vivir una vida más tranquila hubieran vuelto a sus hogares. Creer en la resurrección y anunciarla a los cuatro vientos les causó no pocos problemas, hasta el punto de que muchos acabaron en la cárcel o martirizados. ¿Cómo explicar que ese grupo de discípulos se pusiera en pie, se reuniera de nuevo y comenzase a predicar la resurrección, a pesar de las persecuciones? Lo más razonable es creer que la fuerza del Resucitado los levantó, los reunió y los envió.

La tercera razón descansa en nuestra experiencia personal. Creemos en la resurrección de Jesús porque, aunque Él no se nos ha aparecido como a los primeros testigos, hemos percibido la fuerza del resucitado en nuestras vidas. Cuando nos unimos a Él, nos resucita ya en esta vida: del miedo a la confianza, de la indiferencia a la compasión, de la comodidad al compromiso, del individualismo a la fraternidad, del pesimismo a la esperanza…

El Resucitado nos espera en el silencio de la oración, en la celebración de los sacramentos, en la comunidad de los creyentes, en las personas que sufren… Dejémonos encontrar por Él, para resucitar con Él a una vida nueva ya en esta tierra, anticipo de la vida eterna y plena del cielo. Amén.

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