No es fácil ser sacerdote por las renuncias que esta vocación comporta y por el incierto resultado de nuestro trabajo pastoral. Pero tampoco es fácil ser buenos padres de familia o ser cristianos coherentes en el trabajo, la política, la empresa o el compromiso social. Toda vocación tiene su cara y su cruz. No sirve de mucho calcular cuál es la vocación más difícil. Lo que importa es convencernos de que, cuando Dios llama a cualquiera de las diversas vocaciones, lo hace porque nos ama y busca nuestra felicidad.
En este domingo del Buen Pastor quiero subrayar las posibilidades de ser felices que Dios nos brinda a los sacerdotes. Y en primer lugar destaco la relación personal con Dios, propia de todo creyente, que en los sacerdotes tiene un matiz peculiar. El evangelista san Marcos escribió que Jesús, de entre la muchedumbre de los que le seguían, «instituyó a Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar» (Mc 3, 13-14). No somos sólo colaboradores de Dios, y mucho menos sus siervos, «a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 12-17). Valoremos, pues, y acojamos esta invitación a ser “sus amigos” no como una pesada obligación, sino como un precioso regalo, que nos permite intuir su acción en nuestra vida y en nuestras comunidades, y experimentar su amor incondicional, su abrazo misericordioso y su fuerza renovadora.
La celebración de los sacramentos es también un motivo de alegría en nuestro corazón. Dios se acerca a cada persona por muchos caminos, pero en la celebración de los sacramentos su presencia es más intensa y eficaz. A través de nuestra pobre mediación, es Jesús quien bautiza y infunde su Espíritu, quien perdona y alimenta, quien bendice la vocación matrimonial y conforta en la enfermedad.
También quiero destacar el gozo que nos aporta la relación con las personas que comparten su tiempo en las comunidades cristianas, que nos confían sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias. Aunque la opción celibataria nos impida las relaciones sexuales, nuestro estilo de vida hace posible que establezcamos relaciones muy variadas y profundas, que nos enriquecen y nos hacen testigos privilegiados de la acción de Dios en el corazón de mucha gente buena. Por eso, el Papa Francisco nos invita a menudo a salir de nosotros mismos, para acercarnos al pueblo confiado y activar así lo más hondo de nuestro corazón presbiteral.
Por estas razones y por tantas otras, queridos sacerdotes, hermanos y hermanas de nuestra Iglesia diocesana, en este domingo del Buen Pastor, recemos por las vocaciones al ministerio sacerdotal y a los diversos modos de seguir a Jesús, seguros de que Dios nos llama porque nos ama y nos proporciona una alegría que nadie ni nada nos podrá quitar.