Todos queremos ser felices. Esta aspiración guía, consciente o inconscientemente, nuestras decisiones. Pero no siempre encontramos el camino de la felicidad. De hecho, a veces nuestras acciones nos conducen a la tristeza, el aislamiento y el sinsentido.
El anhelo de ser felices coincide con el sueño de Dios sobre el mundo y los seres humanos. Cuando leemos esa carta de Dios que es la Sagrada Escritura, nos sorprende comprobar cuál es el sueño de Dios acerca de sus criaturas. En el Libro de la Sabiduría se leen estas consoladoras palabras dirigidas a Él: «Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías creado. ¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras?, o ¿cómo se conservaría, si tú no lo hubieras llamado? Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida» (Sab 11, 24-26). Dios es “amigo de la vida”, no un aguafiestas ni el enemigo de nuestra alegría.
Para mostrarnos el camino de la felicidad, a veces complicado, Dios nos entregó a su propio Hijo, pues como Jesús dijo: «Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia» (Jn 10,10). No fueron palabras vacías, que se quedaron en buenas intenciones. Los gestos que realizó, antes y después de su muerte, pusieron de manifiesto que había venido para acoger a los enfermos, para devolver la dignidad a los marginados, para perdonar a los que estaban abrumados por el peso de su mala vida, para consolar a aquella mujer viuda que acababa de perder a su único hijo, para transmitir su vida resucitada a aquellos discípulos decepcionados ante su cruz. Estos gestos eran signos que anunciaban un nuevo modo de vivir, del que él ya era el heraldo e iniciador.
Hermanos y hermanas de Teruel y Albarracín, estamos llamados a ser felices con Jesús y como Jesús, y a contagiar vida, amor y esperanza a las personas que se sienten angustiadas y abatidas, aunque para lograrlo debamos descentrarnos de nosotros mismos, y vivir con la mirada puesta en esa existencia plena que es, ni más ni menos, la vida que Él y su bendita madre ya disfrutan junto al Padre en esa casa en la que ya nos está preparando una morada.
San Ireneo decía que la gloria de Dios es que el ser humano tenga vida (cf. AH 4, 20, 7). En un mundo en el que tantas personas han perdido la alegría y la esperanza, vivamos de tal manera que quienes se acerquen a nosotros y a nuestras comunidades perciban que nuestro único propósito es ofrecerles la vida que Dios nos regala en su infinita misericordia. Amén.