En el año 1624, un grupo de monjas caminó por las calles de Rubielos de Mora hasta llegar al templo que había sido la iglesia parroquial. Allí instalaron un convento de vida contemplativa, siguiendo la inspiración de San Agustín, uno de los grandes padres de la espiritualidad cristiana, y allí han continuado viviendo ininterrumpidamente en silencio, oración y trabajo.
Durante cuatro siglos, el incienso de la oración y de la vida entregada a Dios de estas mujeres se ha elevado desde el convento hasta el cielo y han descendido las bendiciones divinas sobre el pueblo, en un movimiento circular impulsado por la vida de unas monjas que decidieron entregar a Dios los días de sus vidas. Hermanos y hermanas, os invito a considerar el regalo que supone tener en esta querida Diócesis un monasterio de monjas contemplativas. El monasterio es tierra sagrada en la que se hace palpable la presencia y cercanía de Dios.
Agradezcamos especialmente este regalo cuando el Papa nos anima a hacer de este año un año de oración como preparación para el Jubileo de 2025. Este deseo del papa Francisco entronca con la memoria de aquel gran creyente del siglo V, que fue Aurelio Agustín, venerado por la Iglesia como San Agustín. Su insaciable sed de felicidad le llevó a buscarla en las muchas fuentes del mundo que pretenden calmarla, pero sólo la encontró en la eterna Verdad de Dios, única fuente que la sacia definitivamente, tal como el propio Agustín confesó: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». Quienes han seguido la espiritualidad de San Agustín han descubierto en la oración cuan «¡tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por de fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo, pero me llamaste y quebraste mi sordera».
Esta efeméride y este año dedicado a la oración son un reclamo para acercarnos al único monasterio de vida contemplativa que tenemos en la Diócesis, para renovar nuestra vida interior y para pedir la gracia de acrecentarla, una vida espiritual que es imprescindible para el creyente siempre y más en el siglo XXI.
Felicito a la comunidad de Madres Agustinas en el cuarto centenario de su presencia entre nosotros e invito a todos los diocesanos y diocesanas a unirse en la Eucaristía que celebraremos el próximo domingo 23 de junio en la iglesia conventual, para dar gracias a Dios porque estas religiosas viven entre nosotros y por su generosa y prolongada entrega. Que San Agustín las siga bendiciendo y renueve en ellas el carisma que el Espíritu Santo le inspiró, para regalarlo a nuestra Iglesia de Teruel y Albarracín. ¡Muchas felicidades!
Recibid un saludo muy cordial, en el Señor.