Con el título de esta carta no pretendo transmitir la idea de que las vacaciones son un capricho superfluo, pues las necesitamos para el descanso del cuerpo y del alma. También el buen Dios descansó el séptimo día de la creación, como nos recuerda el libro del Génesis (2, 2-3).
No obstante, quizá sea bueno que nos planteemos cómo organizamos las vacaciones, y si realmente nos descansan; porque a veces las programamos como un maratón de actividades que produce agotamiento o, por el contrario, se dedican a no hacer nada, lo que suele provocar una sensación de insatisfacción. Por eso, me ha parecido útil ofrecer algunas sugerencias para vivir las vacaciones gozosa y provechosamente.
Si durante el año el trabajo o el estudio nos dejan poco tiempo para disfrutar de la familia y de las amistades, dediquemos algo de nuestras vacaciones a “perder el tiempo” con esas personas que llevamos en el corazón y que apenas vemos. Y digo “perder el tiempo” con la intención de subrayar que estas relaciones son gratuitas y están libres de otros intereses. Llevan simplemente a encontrarnos, a compartir una comida o un rato de conversación, a interesarnos unos por otros, a sentirnos queridos y a manifestar nuestro mutuo aprecio.
Las vacaciones también son una ocasión propicia para profundizar en nuestra relación con Dios, utilizando ese tiempo libre de tareas y obligaciones para la lectura espiritual y la oración. ¡Cuántas veces quisiéramos que nuestras conversaciones con Dios fueran más intensas, pero no encontramos tiempo! Las vacaciones nos ofrecen la oportunidad de leer ese libro de teología o de hacer esos Ejercicios Espirituales de varios días. Es la mejor inversión de nuestro tiempo, si hacemos caso a las palabras del salmo 61: “Sólo en Dios descansa mi alma, porque de Él viene mi salvación. Sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar, no vacilaré”. No olvidemos que Dios es el más hermoso manantial del que brota el descanso y la paz.
Las vacaciones, por otra parte, nos ofrecen la posibilidad de cuidar nuestro cuerpo, gracias al cual nos relacionamos y hacemos tantas cosas preciosas, pero que apenas escuchamos y cuidamos. Muchas veces no respetamos sus ritmos, no lo alimentamos bien o lo forzamos innecesariamente con estimulantes y relajantes. Ojalá utilicemos también las vacaciones para tratar el cuerpo como se merece, proporcionándole las necesarias dosis de descanso y de deporte.
Por último, os animo a dedicar una parte de las vacaciones al voluntariado, en los lugares de residencia habitual o en algún país más pobre, colaborando en proyectos misioneros o con alguna organización solidaria solvente.
Recibid mi cordial saludo tanto los que vais a disfrutar de vacaciones como los que, por diversos motivos, no tengáis esta oportunidad. Que el Señor os bendiga y acompañe.