Este domingo celebramos el nacimiento de Santa María, fiesta grande en Albarracín y en tantos lugares de nuestra diócesis. ¿Qué nos diría esta mujer si le preguntáramos quién es? Quizá nos respondería así: “Soy una mujer pequeña y amada”. María podría definirse con estas pocas palabras, porque en la oración que brotó en su corazón, cuando se encontró con Isabel, resonó la convicción que guio toda su vida: «el Señor ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava».
Dios miró amorosamente a esta mujer humilde y la eligió para acercarse a nosotros por medio de su Hijo, hecho un bebé desvalido y recostado en un pesebre de Belén, porque no hubo sitio para él en la posada. En efecto, la grandeza de Dios se muestra en la pequeñez, marcándonos así un camino, que seguimos a duras penas. Dios se abaja, pero nosotros ambicionamos estar sobre un pedestal; su Hijo pasó como uno de tantos y a nosotros nos gusta sobresalir y brillar; Él va en busca de los invisibles y nosotros intentamos hacernos notar; Jesús escogió el camino del amor y del servicio, y nosotros consumimos la vida persiguiendo el éxito. Pidamos a María, su madre, que nos alcance la gracia de ser humildes como ella y con ella.
En esta línea, el papa Francisco, en su homilía de Nochebuena de 2021, señaló qué necesario es acoger lo pequeño y a los pequeños. Dios es así, mira amorosamente a nuestros pueblos pequeños y a nuestra pequeña diócesis. No tiene problemas con lo pequeño y con los pequeños, aunque el ser pequeños nos suponga algún inconveniente. Él se hace presente en la pequeñez de nuestra existencia; quiere habitar en los gestos sencillos que realizamos en casa, en la calle, en la escuela, en el trabajo… Y, como hizo con María, realiza cosas extraordinarias a través de esos gestos, que resultan insignificantes para los grandes de este mundo. Es un mensaje de esperanza que nos llega en la fiesta del nacimiento de Santa María.
Es más, cuando nos sentimos débiles, frágiles, incapaces o fracasados, Dios nos mira con ternura y nos dice: «Te amo tal como eres. Tu pequeñez no me asusta, tus fragilidades no me inquietan. Me hice pequeño por ti, me convertí en tu hermano, no me tengas miedo, encuentra en mí tu grandeza. Sólo te pido que confíes en mí y me abras el corazón». Dios quiere que también nosotros, como María, nos sintamos amados en nuestra pequeñez.
Seguir este camino supone, además, abrazar a Jesús en los pequeños, amarlo en los últimos, servirlo en los pobres. Ellos transparentan a Jesús, que nació pobre, y a María, en cuya pequeñez Dios puso sus ojos. Es en ellos en quien Él quiere ser honrado. Que nuestra mirada y solidaridad les haga sentirse amados por Dios.
Recibid un saludo muy cordial en el Señor.