En nuestras casas, las columnas o pilares, aunque muchas veces no están a la vista, dan solidez al entramado de la construcción. La Virgen María fue el “pilar” en el que descansó su prima Isabel, ya embarazada de Juan, dando fe de que Dios cumple cuanto promete. Fue el “pilar” en el que se apoyó José, su esposo, cuando la incertidumbre lo agobiaba. Fue el “pilar” en el que Jesús encontró descanso, porque nadie como ella escuchó la Palabra de Dios y supo cumplirla. María fue el “pilar” que sostuvo la fe todavía vacilante de los discípulos mientras esperaban la fortaleza del Espíritu Santo. La Madre de Jesús es el sólido pilar sobre el que se ha apoyado y se apoya la fe del pueblo cristiano, en Aragón, en España y allí donde ha arraigado la Iglesia.
Demos gracias a Dios por haber puesto en nuestro camino a María y a tantas personas que han sido, y siguen siendo, pilares en los que nos apoyamos, especialmente en los momentos de dificultad. Os invito a recordar con agradecimiento a la abuela que calladamente reúne a la familia y lima las asperezas entre los hijos; a la religiosa que, colaborando con el párroco, es el alma de la comunidad cristiana; al sacerdote siempre dispuesto a escuchar penas y a sostener la esperanza; al compañero de trabajo que no “echa leña al fuego” entre los amigos enfrentados y sabe tener gestos de cercanía hacia quienes están sufriendo…
También nosotros somos pilares cuando nos descentramos de nosotros mismos, de nuestras preocupaciones e intereses; cuando abrimos los ojos del corazón, para ver más allá de las apariencias, y desplegamos las manos del servicio, cada cual desde sus capacidades y circunstancias. Ya sé que esta propuesta es contracultural, pues en el ambiente en el que vivimos prima la publicidad sobre la discreción, y el crecimiento económico sobre la capacidad de servicio.
Sin embargo, María nos descubre que poder servir es un privilegio, un regalo que Dios nos hace; servir engrandece los “talentos” que hemos recibido; servir nos da la posibilidad de ser enriquecidos por las personas servidas y por quienes realizan la misma tarea; el servicio nos da razones para sostener la esperanza (¿o no es verdad que las personas que menos sirven son normalmente las que más se lamentan?). El servicio nos diviniza, porque, si de algo presumió el Señor Jesús, fue de estar entre nosotros “como el que sirve”. Éste es el tiempo de servir, de ser “pilares” donde pueda apoyarse tanta gente que se tambalea; éste es el momento, aunque nos asalten las dudas o el miedo.
Que la Virgen del Pilar nos inspire y acompañe.