Cuando pregunto a personas bautizadas cuál es su compromiso, casi todas las respuestas tienen que ver con la liturgia, la catequesis y el voluntariado; muy pocas se plantean su misión fuera de la comunidad cristiana y menos aún en las llamadas “tierras de misión”.
En la vida cotidiana de las parroquias sucede algo similar: la mayor parte de las actividades están dirigidas a quienes acuden al templo: se celebra la Eucaristía y otros actos de culto, se imparte catequesis a niños y jóvenes, algunas impulsan grupos de acción social y unas pocas tienen grupos de cristianas y cristianos que se plantean su misión en el lugar de trabajo, en la familia, en el pueblo o en el barrio, con las personas que no participan en la vida de la Iglesia o entre aquellas que sufren por cualquier causa.
Esta tendencia a olvidar nuestra misión en el mundo se explica por la escasez de sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos, que con dificultad damos abasto para atender las muchas tareas que tenemos dentro de la comunidad cristiana. Es explicable, pero no deja de ser una tentación que debemos rechazar.
La Iglesia tiene en su ADN el ser “excéntrica”, que no “extravagante”, porque el centro de su vida no es ella. Por deseo de su fundador ha de estar abierta a ir más allá de sus fronteras. El papa san Pablo VI lo afirmó con palabras claras y contundentes, en su encíclica sobre la evangelización del mundo moderno: «Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» (EN 14). Y el papa Francisco, con su conocida llamada a ser «Iglesia en salida», ha reafirmado esta naturaleza misionera de la Iglesia.
La celebración del DOMUND nos impulsa a ser misioneros en nuestros ambientes y allá donde el Señor nos envíe. En su mensaje para esta Jornada, el Papa nos invita a escuchar la palabra del Señor: «Id e invitad a todos al banquete» (cf. Mt 22,9) y nos recuerda que «somos enviados a anunciar el Evangelio a todos, y no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable».
En esta jornada resuena también la llamada a escuchar a los misioneros y misioneras, a dejarnos interpelar por su testimonio y estilo de vida, a apoyarles con la oración y colaboración económica, a fin de que puedan seguir desarrollando su labor en los lugares más empobrecidos del mundo.
Mi saludo en el Señor a todos, sobre todo a los hombres y mujeres que, habiendo salido de las familias y parroquias de nuestra Diócesis de Teruel y Albarracín, compartís y anunciáis cada día, en tantos países del mundo, la alegría de creer y amar como Jesús y con Jesús.