En Carta desde la fe, Obispo de Teruel y Albarracín

 

Queridos hermanos y hermanas: Somos “piedras vivas” del templo santo de Dios, que es la Iglesia, y que Él se ha construido en esta bendita tierra de Teruel y Albarracín. Formamos parte de este templo, cuya piedra angular es Cristo (cf. 1 Pe 2, 5; He 4, 11). En el “Día de la Iglesia diocesana”, recordemos que, si el apóstol Pedro nos ha llamado “piedras vivas”, está claro que nuestra vocación es unir nuestro corazón y nuestro quehacer a Cristo, de modo que este “templo espiritual” sea “santuario de encuentro”, para quienes buscan a Dios, y “hospital de campaña”, para todas las personas heridas.

Valoremos, por consiguiente, lo que somos y vivamos nuestra vocación cristiana con ilusión, agradecimiento y compromiso. Con ilusión y agradecimiento, porque, a pesar de nuestra pequeñez, el Señor nos ha elegido para ser “piedras vivas” de su templo; como eligió a María, una joven desconocida de Nazaret, para ser la madre de su Hijo, hecho hombre por nuestra salvación. Ella respondió con disponibilidad y proclamó: «Mi espíritu se alegra en Dios, porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava» (Lc 1, 47-48). También cada uno de nosotros podemos decir lo mismo cuando nos reconocemos miembros de esta Iglesia diocesana.

Y con compromiso, porque la elección no es un privilegio, sino una responsabilidad y llamada a la misión. A la misión de anunciar incansablemente a tantos hermanos y hermanas, que aún no conocen a Jesucristo, que él es nuestra salvación y nuestra vida para siempre. A la misión de hacer palpable el amor y la ternura de Dios a tantas personas que viven cansadas y agobiadas. A la misión de colaborar, cada uno desde su personal vocación, a construir con todos los que creemos en Cristo una comunidad de hermanas y hermanos que se aman y se ayudan mutuamente.

En este momento de la historia, nuestra Iglesia necesita con urgencia jóvenes dispuestos a asumir la vocación sacerdotal, religiosa y misionera, como donación de sí mismos, para construir unas comunidades vivas, serviciales y atractivas. Esta disponibilidad no se improvisa. Es el fruto de la educación, sobre todo en el ámbito de la familia; de un modo de vivir que no tenga como meta “pasarlo bien”, sino servir a tanta gente que necesita un hálito de esperanza; de unas comunidades en las que cristianos y cristianas de toda edad y condición vivan atentos y dispuestos, para escuchar y responder a las llamadas de Dios con generosidad. Vivamos, por tanto, el “Día de la Iglesia diocesana” abriendo nuestro corazón a la llamada del Padre, para ser en Cristo y con Cristo “piedras vivas” de su templo.

Recibid un saludo muy cordial en el Señor.

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