Desde que el mundo es mundo, los seres humanos miramos al cielo cuando nos golpean desgracias, propias y ajenas. Así ha vuelto a ocurrir con ocasión de las recientes inundaciones que han anegado el Levante español. Miramos al cielo para presentar nuestro dolor y nuestras preguntas, para pedir luz y fuerza.
Buscamos respuestas y a menudo nos encontramos con el silencio de Dios. Esta experiencia aparece con frecuencia en la Biblia: «¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome? … Atiende y respóndeme, Señor, Dios mío», rezaba el pueblo con el salmo 12. El mismo Jesús dirige al Padre una oración desgarradora: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Sal 22,1; Mt 27,46). Estoy seguro de que Dios acoge nuestras más sangrantes oraciones con comprensión y ternura; es más, prefiere que le echemos en cara nuestro dolor a que nos alejemos de Él.
Dios responde a nuestras angustiadas oraciones con su cercanía más que con sus palabras. Respetemos, por tanto, el silencio de Dios, renunciando a dar explicaciones del mal demasiado simplonas, como “Dios se lleva a los mejores”, “Dios lo ha querido librar de males mayores” o “Ha sido un castigo divino”. Este tipo de expresiones pocas veces alivian y además hablan mal del Señor (cf. Jb 42,7).
Respetemos el silencio de Dios y abramos el corazón a su amor, porque más allá de las apariencias, Él siempre está a nuestro lado. La Biblia nos cuenta que todas las personas que han acudido a Él con su dolor han descubierto, más tarde o más temprano, su mano poderosa y cariñosa. Así lo hemos experimentado muchas veces los hombres y mujeres de fe, que hemos reconocido, como Jacob: «Realmente el Señor está en este lugar [en esta situación] y yo no lo sabía».
La cercanía de Dios a la humanidad sufriente se hizo palpable en Jesucristo, su Hijo. En Él se hizo presente definitivamente la bondad y el amor de Dios (cf. Tt 3,4). Su cruz nos recuerda que Dios está presente en nuestras cruces, su Espíritu mueve a las personas de buena voluntad a la solidaridad, y con su amor es capaz de convertir en bienes nuestros males.
Si queremos hacer presente a Dios en el sufrimiento de los hermanos, Jesús nos enseñó el camino de la oración, la cercanía y la entrega, como Él y con Él. Por eso, os invito a dar gracias por tantas personas buenas que hacéis presente el amor de Dios en muchas situaciones dolorosas; os animo también a contribuir en las colectas de este Domingo de Cristo Rey, que enviaremos a Cáritas Diocesana de Valencia, institución que ha estado, está y estará al servicio de las personas que más sufren, antes y después de las inundaciones.
Recibid un saludo muy cordial en el Señor.