Todas las personas necesitamos “momentos especiales”, que vayan más allá del monótono transcurrir de las horas y los días. Si volvemos la mirada a nuestra historia personal, encontraremos acontecimientos y encuentros –algunos con faz dolorosa y otros con rostro amable– que han marcado nuestra forma de pensar, de sentir y de ser. Son tiempos de gracia en los que se percibe la presencia de Dios con especial intensidad; momentos significativos llamados “kairos” en teología, que hemos de aprovechar porque, como decimos en el lenguaje coloquial, “hay que subir al tren cuando pasa”.
Por eso, la Iglesia nos ofrece de tanto en tanto la oportunidad de vivir momentos fuertes de encuentro con el Señor, para reanimar nuestra fe, esperanza y caridad, para reavivar nuestra amistad con Él, abrazarnos a su misericordia y ejercer mejor nuestra misión en el mundo. El Jubileo, que el Papa ha convocado para este año 2025 y que abrimos el pasado 29 de diciembre en nuestra Diócesis, es uno de estos momentos fuertes y privilegiados, para cada creyente y para la comunidad cristiana en su conjunto.
El papa Francisco lo ha convocado bajo el signo de la esperanza, preocupado por la desesperanza que amenaza a nuestro mundo, al hombre y a la mujer de hoy, sacudidos por guerras crueles e interminables, crispación social, corrupción en tantos ámbitos de la sociedad, incoherencias a veces graves en el testimonio de los cristianos, fracasos personales enquistados que no logramos superar, falta de responsabilidad de no pocas personas en el cumplimiento de sus compromisos familiares, laborales y sociales…
Ante este panorama, que no deberíamos negar, podemos caer en el desaliento u olvidarnos de todo e intentar disfrutar lo más posible. Pero también podemos reconocer en la realidad la presencia y la llamada de un Dios bueno que quiere amarnos y salvarnos, amar y sanar el mundo con nuestra colaboración. Por eso, el Papa, a la vez que reclama a la sociedad y a la comunidad internacional signos concretos que inviten a mirar al futuro con confianza, pide a los cristianos que seamos instrumentos visibles de esperanza para los que sufren: los presos, los enfermos, los jóvenes, los ancianos, los migrantes, refugiados y exiliados, los pobres que carecen de lo necesario para vivir, los niños, jóvenes y adultos que no encuentran razones para seguir viviendo.
Aprovechemos decididamente este “kairos”, para avivar y transmitir esperanza, aunque a veces nos parezca imposible. En la apertura del Jubileo en nuestra Diócesis escuchamos testimonios preciosos, en los que pudimos comprobar que siempre hay motivos para mantener la esperanza, incluso cuando una hija cae gravemente enferma o se pierde la libertad al ingresar en un centro penitenciario. Aprovechemos este “kairos”, queridos diocesanos y diocesanas, subamos desde el principio a este tren de gracia, que se llama Jubileo 2025.