En este mundo tan crispado y polarizado, hay quienes se consideran legitimados para burlarse gratuitamente de los símbolos cristianos, con el aplauso de alguna gente. Ante estas provocaciones, otros sienten la obligación de “defender la fe”, pero utilizan insultos y descalifican a los que no se pronuncian con su misma contundencia. Unos y otros, aunque están en trincheras opuestas, se asemejan más de lo que parece, ya que legitiman la violencia verbal y el ataque personal.
Ante estas acciones y reacciones, los cristianos hemos de hacer un esfuerzo para defender la fe no de cualquier manera, sino al estilo de Jesús. Recordemos que Él proclamó: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos» (cf. Mt 5,43-45).
Jesús nos pide que recemos por quienes nos persiguen. La oración, aunque a veces pueda parecer inútil, es el medio más eficaz para purificar nuestras intenciones, para actuar y hablar movidos por el amor y no por la rabia (cf. Mt 5,22). Sólo así seremos capaces de vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,21) y de transparentar el amor del Padre celestial que ama a todas las personas.
El encuentro con el Señor nos permite defender la fe con la humildad de quien se sabe pecador, sin despreciar a los que no comparten nuestro credo (cf. Lc 18,9-14). La oración nos ayuda a discernir cuándo tenemos que responder con argumentos y cuándo es mejor reaccionar con el silencio, siguiendo el ejemplo de Jesús, que no siempre respondió con palabras a algunas acusaciones (Cf. Lc 23,9; Jn 19,9).
En la oración caemos en la cuenta de que defender los signos más sagrados de nuestra fe pasa necesariamente por la solidaridad con las personas que sufren cualquier tipo de violencia, injusticia o abuso; pues «si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez» (San Juan Crisóstomo).
La oración nos ayuda a distinguir cuando somos atacados por ser fieles a la verdad y al Evangelio y cuando lo somos por nuestros errores. Y, por último, la relación con Dios nos anima a sentirnos dichosos cuando nos insulten, nos persigan y nos calumnien de cualquier modo por causa de Jesús, porque tenemos ocasión para dar testimonio del amor de Dios y nuestra recompensa será grande en el cielo (cf. Mt 5,11-12; Lc 21,13).
Aunque este camino pueda parecer poco eficaz, el Evangelio siempre es el medio más seguro para defender la fe en el Dios del Amor, manifestado en Cristo muerto y resucitado. Recibid un saludo muy cordial en el Señor.