In Carta desde la fe, Obispo de Teruel y Albarracín

 

La conversión, antes que nada y sobre todo, es un regalo de Dios; pero también requiere nuestra colaboración responsable. San Agustín lo expresó magistralmente cuando escribió que Dios “que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (Sermón 169, 11, 13). Por ello, en la conversión, no se trata tanto de cambiarnos a nosotros mismos, sino de dejarnos transformar por Dios. Jesús, con admirable sabiduría, se lo explicó al viejo Nicodemo, que no se sentía con fuerzas para “nacer de nuevo”, cuando le dijo: «El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3,7).

Por lo tanto, ni esperemos cómodamente que Dios nos transforme, ni nos empeñemos en cambiar sin su ayuda. Dejemos que el Espíritu de Dios obre en nuestro corazón, en nuestros pensamientos y en nuestras acciones, conscientes de que la mejor colaboración es facilitar su acción, como el enfermo que se pone en las manos del médico, buscando la curación, o como el aprendiz que dedica tiempo a escuchar e imitar al maestro, tratando de empaparse de su saber hacer.

Facilitar la acción del Espíritu supone abrir tiempos de silencio, donde podamos prestar atención a nuestra conciencia, “el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, donde está a solas con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella”. Dios nos habla y nos trasforma en la soledad y la oración, cuando meditamos la Sagrada Escritura y la contemplamos en la vida cotidiana, en la que Dios se nos hace perceptible, si estamos atentos a su acción.

Facilitar la acción del Espíritu supone, además, buscar espacios de encuentro con aquellas personas en las que la acción de Dios es más patente: en los amigos y amigas que nos quieren bien, en esos que se quedan cuando todos se van; en quienes saben darnos ánimos y no se callan cuando precisamos una corrección; en las personas necesitadas de pan, paz, libertad, esperanza y amor, en las que el Señor está presente de forma especial (cf. Mt 25,35-36); en los hombres y mujeres que comparten nuestra fe en una comunidad cristiana (cf Mt 18,20).

Hemos de hacer (conversión activa) y dejarnos hacer por Dios (conversión pasiva), aunque esto último nos produzca una cierta sensación de vértigo, al no poder controlar completamente lo que va a suceder. Así es la vida, así es el amor y así es Dios: sorprendente e incontrolable. Además, tenemos muchas razones para ponernos confiadamente en manos de Dios, pues, como dijo el papa Benedicto XVI al inicio de su pontificado, «Él no quita nada, y lo da todo».

Aprovechemos decididamente esta Cuaresma, hermanas y hermanos, favoreciendo la acción del Espíritu de Dios en nuestras vidas.

Recibid un saludo muy cordial en el Señor.

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