In Carta desde la fe, Obispo de Teruel y Albarracín

 

En este año 2025 dedicado a la esperanza, es necesario subrayar la palabra “paciencia”, tantas veces proscrita en nuestra sociedad, porque, como afirma el papa Francisco en la bula de convocatoria del Jubileo, estamos acostumbrados a quererlo todo y de inmediato, en un mundo donde la prisa se ha convertido en una constante. Ya no se tiene tiempo para encontrarse, y a menudo incluso en las familias se vuelve difícil reunirse y conversar con tranquilidad. La paciencia ha sido relegada por la prisa, ocasionando un daño grave a las personas. De hecho, ocupan su lugar la intolerancia, el nerviosismo y a veces la violencia gratuita, que provocan insatisfacción y cerrazón».

La paciencia fue una de las cualidades más notables y llamativas de los primeros cristianos. Como señalan los obispos de País Vasco y Navarra en su carta de Cuaresma y Pascua 2025, la paciencia «marcó profundamente su modo de estar en el mundo. Esta paciencia no era simple resignación o pasividad, sino una actitud vital que reflejaba su comprensión de un Dios que actúa con mansedumbre y respeta los ritmos de la historia humana. Se manifestaba en múltiples aspectos: en su modo de crecer como comunidad sin forzar conversiones, en su manera de responder a la persecución sin buscar represalias, en la formación pausada de nuevos creyentes a través del catecumenado, en sus prácticas de culto que forjaban identidades renovadas, y en su disposición a testimoniar la fe más con el ejemplo que con palabras. Esta “extraña paciencia”, como la percibían algunos observadores paganos, resultó ser paradójicamente una fuerza transformadora que contribuyó decisivamente a la sorprendente expansión del cristianismo en los primeros siglos».

Sí, hermanas y hermanos turolenses, para convertirnos en esta Cuaresma a una vida más orante, solidaria y comunitaria, y para desarrollar y transmitir esperanza, hemos de pedir y cultivar el don de la paciencia. Paciencia comprometida, para seguir apostando por la verdad y por la dignidad de las personas más vulnerables, para seguir combatiendo el mal con la fuerza del bien, para seguir educando en la fe y en valores humanos, para seguir trabajando en favor de una Iglesia más evangélica y de un mundo más fraterno; paciencia, en fin, para mantener con perseverancia los compromisos, aunque den pocos frutos, pues los proyectos que merecen la pena no se construyen en poco tiempo. Paciencia confiada, también, para aceptar las contrariedades y las limitaciones propias y ajenas; para esperar sin desánimos lo que no depende de nosotros: los frutos de la acción del Espíritu en nuestros corazones, en las personas con las que convivimos y en las entrañas de la Historia.

Practiquemos, como enseñaba San Cipriano, «la paciencia que aprendimos de las lecciones divinas. Esta virtud nos es común con el mismo Dios. De Él trae el origen y toma su dignidad y prestigio». Sólo así podremos ser peregrinos de esperanza en este Año Jubilar.

Un saludo muy cordial en el Señor.

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