En Cuaresma volvemos a escuchar la llamada de Dios a convertirnos, pero en muchas ocasiones nuestra respuesta se reduce a pequeños compromisos con los que pretendemos alcanzar no tanto lo que Dios quiere, sino lo que nosotros deseamos: leer un poco más, ser fieles a las prácticas piadosas, compartir con alguna persona u organización, perder peso…
Estos propósitos son beneficiosos sin duda alguna, pero quienes seguimos a Jesús tendríamos que preguntar a Dios más a menudo en qué deberíamos convertirnos. Estoy convencido de que un camino de conversión muy querido por Dios se puede resumir con la palabra: “juntos”. Así, el papa Francisco, nos decía recientemente:
«En esta cuaresma, Dios nos pide que comprobemos si en nuestra vida, en nuestras familias, en los lugares donde trabajamos, en las comunidades parroquiales o religiosas, somos capaces de caminar con los demás, de escuchar, de vencer la tentación de encerrarnos en nuestra autorreferencialidad, ocupándonos solamente de nuestras necesidades. Preguntémonos ante el Señor si somos capaces de trabajar juntos como obispos, presbíteros, consagrados y laicos, al servicio del Reino de Dios; si tenemos una actitud de acogida, con gestos concretos, hacia las personas que se acercan a nosotros y a cuantos están lejos; si hacemos que la gente se sienta parte de la comunidad o si la marginamos» (Mensaje de Cuaresma 2025).
Pidamos, por tanto, la gracia de convertirnos a un estilo de vida sinodal, es decir, a lo que san Juan Pablo II llamó “espiritualidad de comunión”:
«Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como “uno que me pertenece”, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un “don para mí”, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber “dar espacio” al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias» (NMI 43).
Aquí tenemos un camino de conversión extraordinario y concreto, que nos llevará a crecer en amor a Dios, en apoyo mutuo y en ardor misionero. Recibid, pues, mi cordial saludo en el Señor.