En Al ritmo de los acontecimientos


Hace tan solo dos semanas nos reunimos, en Logroño, el Consejo de Juventud de la Conferencia Episcopal con una veintena de delegados. Aunque fuimos para revisar el Encuentro sobre “Acompañamiento” que celebramos en mayo en Granada, con la participación de más de 600 jóvenes, lo más interesante, quizás, de este tipo de consejos, es la convivencia y los diálogos que se crean en los pasillos, los descansos, las comidas y los paseos.

La preocupación por los jóvenes y adolescentes es notoria en las delegaciones de cada diócesis. Algunas de ellas tienes unos buenos proyectos diseñados por etapas: con acompañamientos grupales, encuentros, celebraciones, peregrinaciones y campamentos como broche y premio al finalizar cada una de las etapas. En alguna delegación, cada adolescente tiene su acompañante joven, y cada joven uno adulto, con el que tienen un encuentro quincenal, con un camino diseñado y unas etapas en las que hay que crecer.  El aforismo griego que dice: si a un joven le pides mucho da más y si le pides poco no da nada, parece que se hace realidad en estos proyectos.

Porque hay un cierto miedo, por parte de los animadores de la pastoral, de exigir demasiado a los adolescentes y jóvenes, no sea que se cansen y nos dejen ¿¡A nosotros!? Otras veces los propios animadores viven sus propias heridas personales y de fe que les incapacita para hacer una oferta ilusionada y libre de pastoral juvenil que sea abierta y verdaderamente creyente. Lo ideológico nos sale caro a la Iglesia.

También es verdad que nos cuesta la diversidad. ¿Cómo estar unidos en la pluralidad para complementarnos y caminar juntos? ¿Cómo crear lazos entre las diversas tendencias para sentirnos hermanos en la misma casa? Se hace necesario sentarnos unos y otros: delegaciones, colegios de la iglesia, parroquias, movimientos laicales, comunidades, etc… para no hacer de nuestra capa un sayo y –en lugar de caminar unidos– sentir que los otros nos están haciendo una opa hostil. Al final, dos mil años después, tristemente seguiremos diciendo como en las primeras comunidades cristianas: yo soy de Apolo, yo de Cefas, yo de Pablo… y lo malo es que de todo esto somos responsables los adultos, ya seamos obispos, curas, religiosos y religiosas, responsables de movimientos y comunidades…, nunca los adolescentes y los jóvenes.

Alguna diócesis ha buscado algún tipo de solución en acciones pastorales o movimientos que carismáticamente dieron respuestas válidas en algún lugar anglosajón o en alguna mastodóntica ciudad, tales como centinelas de la nocheluz del amanecergrupos alpha y un largo etcétera, pero que una vez trasportados a pequeñas realidades como la nuestra, se quedan en un experimento minúsculo que no solucionan el problema. Parece que buscamos infatigablemente la fórmula de la coca-cola, cuando en realidad debíamos crear nuestra propia efervescencia. ¡Claro que todas las ideas son buenas! pero no podemos trasplantar un gran árbol a una pequeña maceta. Además, que algunas de estas experiencias han desaparecido, al poco tiempo, allí donde nacieron con gran fuerza. ¡Los inventos con gaseosa!

Nuestra tarea es escucharnos, –al Señor y a nosotros–, es ver qué podemos ofrecer cada uno al esfuerzo y al camino común, cómo y dónde nos podemos encontrar…, porque es hora de construir comunidad, sentirnos Iglesia, es hora de sumar y no restar esfuerzos.

¡Ánimo y Adelante!

+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín

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