En Al ritmo de los acontecimientos

Las inundaciones de estos últimos días, que han arrasado con todo lo que pillaron por delante, incluso desgraciadamente vidas humanas, nos han sobrecogido. La gente, desde sus balcones, gravaba el momento, voceando impresionada por los coches que flotaban a la deriva. Quizás está mal decirlo, pero las imágenes de las corrientes rápidas, arrastrando y atropellando todo, e inundando las viviendas, a pesar de los esfuerzos de sus habitantes, me hicieron pensar en esta “sociedad líquida” en la que estamos viviendo, según la expresión del premio Príncipe de Asturias de 2010, el filósofo y sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017).

Algunos años antes, cuando íbamos fraguando la crisis económica, que aún estamos padeciendo, se comenzó a hablar de una modernidad líquida, una realidad líquida, una sociedad líquida o un amor líquido, quizás poniendo el hincapié en los jóvenes, pero no debemos olvidar que es una sociedad fruto de nosotros los adultos, de aquellos que nacimos allá por los años 60 del siglo pasado.

La realidad líquida de Bauman consiste en romper los diques que mantienen las estructuras sólidas de la sociedad, de ahí la imagen sugerente de la riada desbocada, sin frenos ni límites. Nuestros padres y abuelos nos educaron con los mismos principios que medio siglo o varios siglos antes les educaron a ellos. El otro día una madre se lamentaba que para qué le han servido tantas escuelas de padres si no acierta en educar a sus hijos. En cambio, –decía- a mis padres nadie les enseñó y salimos todos bien educados.
Claro, porque la educación de sus padres y de los míos, y mi propia educación era monolítica, es decir sólida, con cuatro principios básicos e iguales para todo el mundo: la tradición, el honor, la disciplina y la excelencia. Si habéis visto la película “El club de los poetas muertos” (1989) comienza con esta secuencia. Los jóvenes estudiantes portando estandartes con estas palabras. Todos los jóvenes de aquel ya lejano tiempo se sintieron identificados con la película, cuyo guion se esforzó en ridiculizar y dinamitar estos cuatro principios y fue todo un fenómeno de masas. Carpe Diem, gritaban, que tradujeron por: “vive el momento”. Ahí se promovió la educación líquida. Cuántos profesores comenzaron a imitar al ya fallecido Robin Williams en su papel del Sr.  Keating, el profesor de literatura.

La tradición, la autoridad, los valores, la búsqueda de la verdad, el auto control y el esfuerzo que habían sustentado la educación durante varios siglos se desmoronó como un gran castillo de naipes. Ya nada está fijado, nada establecido, el valor de las cosas lo pone cada uno, la objetividad se trastrueca por la subjetividad y los sentimientos. No existe ni la ley natural como consenso. La razón y el discernimiento pierden la batalla. La ruptura con la cotidianeidad y la búsqueda de nuevas sensaciones nos llevan a viajes exteriores e interiores, sin ánimo de permanencia o de estabilidad. La vida es la acumulación de experiencias fugaces.

Esta realidad líquida se ha introducido en nuestros hogares con fuerza, como las aguas del torrente, o sutilmente por las rendijas de la existencia, y cuando nos hemos querido dar cuenta estábamos calados hasta los tuétanos. De esta manera, lo que vivimos, lo que compramos, lo que viajamos, lo que pensamos y proyectamos, la política, nuestras relaciones y por supuesto, nuestra fe, están determinados por este mundo en un incesante fluir. Nada es estable, nada tiene cimentación, todo flota o en el peor de los casos va a la deriva.

Y esta es la pregunta que los cristianos debemos hacernos: en este mundo que mantiene la belleza y la momentaneidad de los fuegos artificiales, que es efímero, atomizado e individualista en su conjunto, cómo evangelizar, como hablar de la fidelidad en el seguimiento, de ser discípulos del Señor, de vivir en comunidad, de la vocación como entrega, del discernimiento, de la verdad… Lo tenemos crudo, se necesita una conversión del corazón y eso es nadar contra corriente y además exige disciplina personal y mucho acompañamiento.

¡Ánimo y adelante!

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