En Al ritmo de los acontecimientos

Es un gozo intenso ver como nuestros pueblos se llenan otra vez de niños en la época estival. Las casas abiertas, cerradas a cal y canto durante el largo invierno, comienzan a abrir sus puertas y ventanas, y algún que otro geranio, traído del mercado ya florecido, adorna de nuevo los balcones y alfeizares. Personas que nos recordamos de niños o de edades juveniles, comenzamos a saludarnos y a revivir aquellos años que, con tan poco, fuimos tan felices. Añoramos los días de la escuela y nuestras maestras o maestros, que con paciencia nos enseñaron las primeras letras o las difíciles cuentas de dividir. Creímos que eran unas personas muy mayores y ahora nos damos cuenta que eran veinteañeros.

Volvemos a soñar recordando cada vericueto de nuestros paisajes tan personales (caminos, arboledas, cerros y montañas) y en cada fotograma de la memoria una experiencia con nuestros padres o con los abuelos o con la pandilla de amigos o con el cura y los monaguillos que salíamos de merienda. Y miramos los portales de las casas entreabiertas y resucitamos a aquellas personas que las habitaron y cada una de sus anécdotas, que algunas ya forman parte del acervo popular del vecindario y repetimos como un mantra todos los veranos.

Parece que brota de nuevo la vida, aunque sepamos que es casi un espejismo del desierto. Que en cuanto pasen las fiestas –y quizás los que ya están jubilados aguanten hasta los Santos, si no hace mucho frío– comenzará a ser todo un vacío de calles desoladas y casas deshabitadas y silenciosas, con las puertas mudas, con el cerrojo bien echado.

Luego las fiestas del pueblo. Todas son en agosto, porque hay más gente, aunque no toquen. Santas, santos y vírgenes (incluso el Corpus) se dirigen en romería trasladando sus festividades a los fines de semana del mes de la Virgen y san Roque. Y todos exigen a los pobres curas que un mismo domingo haga la fiesta solemne y principal en su pueblo, llegando a celebrar hasta cuatro misas con sus procesiones en una sola mañana.  Al final, el sacerdote no celebra nada, ni está con su pueblo, sino que es una especie de feriante, que va de lugar en lugar con la lengua fuera, para hacer un servicio festivo, que le exigen como si de una tradición milenaria se tratase. Muchas veces, para evitar enfrentamientos con las personas, busca a sacerdotes jubilados, con todas las dificultades que muchos tienen, para poder aplacar a algunas personas, en algunos casos demasiado exigentes.

Pero esto se va a terminar. En la Diócesis de Teruel y Albarracín, en tres años quedaremos 25 sacerdotes con menos de 75 años, (y muchos de ellos en la franja de 70/74) eso contando con que Dios no nos lleve a alguno antes. Y esto que os cuento no es futuro, sino que es presente. Ahora, si realmente queremos hacer una celebración patronal digna, una celebración con todo lo que conlleva de preparación, tanto personal como comunitaria… Ya no podemos poner una misa como un acto más del programa de festejos. Es que no es un acto más, es el origen y el sentido de la fiesta. Aunque sé que muchos, quizás simplemente por desgana, ya no creen.

Los Consejos parroquiales de las Unidades Pastorales, deben marcar el día que se celebre la Eucaristía Solemne en honor del patrocinio. Y para que el párroco de la unidad (algunos con más de 8 parroquias) pueda estar con tranquilidad con todos, deberán señalar un día de diario de agosto, en el que realmente se haga fiesta religiosa y se pare todo, aunque no haya charangas por las calles o verbenas nocturnas, que ya se harán el fin de semana. No somos los pioneros de esta experiencia, la fuerza ahoga. Esta es la única manera racional de vivir la fe en comunidad y no mezclar la arena con el pan rallado.

¡Ánimo y adelante!

Teclea lo que quieres buscar y pulsa Enter