
Nos encontramos ante la iglesia de San Francisco, cuya construcción data de 1402. Se halla sobre la primitiva ermita de San Bartolomé de 1220 y el pequeño convento construido junto a ella.
Os saludamos con el abrazo simbólico franciscano de “¡Paz y Bien!”. Que el Señor os dé la paz. Con este deseo iniciamos el Itinerario Jubilar propuesto por nuestra Diócesis en el AÑO JUBILAR DE LA ESPERANZA. Somos conscientes, así comienza la Bula Convocatoria del Papa Francisco, de que “la esperanza no defrauda” (Rom 5,5).
En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. El Jubileo convocado por el Papa Francisco es para todos los cristianos una llamada a reavivar esperanza y a intensificar nuestro camino de conversión al mensaje de las Escrituras. Dejémonos conducir por lo que el apóstol Pablo escribió a los cristianos de Roma.
«Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. […] Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,1-2.5).
La esperanza efectivamente nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz: «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida» (Rm 5,10). Y su vida se manifiesta en nuestra vida de fe, que empieza con el Bautismo; se desarrolla en la docilidad a la gracia de Dios y, por tanto, está animada por la esperanza, que se renueva siempre y se hace inquebrantable por la acción del Espíritu Santo.
La esperanza cristiana no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino: «¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? […] Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» ( Rm 8,35.37- 39). He aquí porqué esta esperanza no cede ante las dificultades: porque se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad. Y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida. San Agustín escribe al respecto: «Nadie, en efecto, vive en cualquier género de vida sin estas tres disposiciones del alma: las de creer, esperar, amar».
En este Itinerario Jubilar que ahora iniciamos vamos a encontrarnos con cuatro realidades de nuestra vida cotidiana que Dios pone delante de nosotros para que abramos nuestros ojos a su presencia y emprendamos rutas de conversión. Ponernos en camino nos ayuda a buscar el sentido de la vida, a descubrir el valor del silencio, del esfuerzo, de lo esencial. Que este recorrido, símbolo de nuestra vida, de nuestra búsqueda, de nuestra fe, nos ayude a ser signo de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de dolor y vulnerabiliad. Abrámonos a su llamada y a su testimonio.

